Clarice Lispector: Amor e Imitación de la rosa y César Aira: El llanto. 1. Las flores: objeto cotidiano. 2. Fluir de la conciencia: representación pluripersonal. 3. Tiempo interno versus tiempo externo. 4. Paisaje reconocible a la fábula inverosímil. (Literatura/Matías Rosas).

Introducción:
En la presente monografía trataré de demostrar cómo se acercan al realismo los textos: Amor e Imitación de la rosa de Clarice Lispector y El llanto de César Aira, desde los pasajes que tienen relación al objeto flores. Estableceré como sustento teórico, tres fragmentos de Mímesis de Erich Auerbach, y un cuarto fragmento del el texto Por un realismo idiota de Graciela Speranza. Citaré y explicaré desde las obras literarias.

1.                  Las flores: objeto cotidiano.
2.                  Fluir de la conciencia: representación pluripersonal.
3.                  Tiempo interno versus tiempo externo.
4.                  Paisaje reconocible a la fábula inverosímil.

Desarrollo:
1.                  Las flores como objeto cotidiano:
“Se confía más en síntesis obtenidas por el agotamiento de un episodio cotidiano que en un tratamiento de conjunto ordenado cronológicamente que persigue el asunto desde el principio hasta el fin, procura no omitir nada exteriormente esencial, poniendo de relieve los virajes de la suerte como si fueran las articulaciones del acaecer” (Auerbach, pag. 516)

Las flores son usadas en los tres textos porque es un objeto cotidiano. Ambos escritores agotan los episodios en los que los personajes se refieren a ellas. Su tratamiento no es igual en los tres textos.
En caso de El llanto, el fragmento de las flores comienza “no se puede hablar de nada, y hay que hacer silencio. Ahí intervinieron las flores” (pag. 34). El narrador utiliza a las flores como refugio de su pesar porque su amiga está enferma internada, le lleva flores a la clínica. Y en el final del fragmento: “La flor (…) se presentaba ante mí como un hongo atómico. (…) Fue entonces que Claudia me abandonó (…) no acierto a decidir si la separación fue antes o después de la aparición del japonés” (pag. 39), hay otro refugio ante el desconcierto.
Entre ese principio y final encuentra un estado de bienestar en su búsqueda. Sigue una rutina, levantarse todos los días a la mañana e ir a Escobar por flores nuevas. Da con viveros japoneses que “albergaban, en pleno invierno, las floraciones más sorpresivas de los trópicos” (pag. 37). Ya no dice que lleva flores a la clínica, aunque ve una flor extraña y esa flor es todo cerebro “Laura (…) era, no la mujer de los símbolos fáciles, sino la mujer cerebro” (pag 38). Dicho esto, el narrador agota al objeto flores en monólogo interno tratándose de explicar su separación. Podríamos decir que el personaje quería otro tipo de mujer, posiblemente Claudia era la mujer de símbolos fáciles, quería encontrar una explicación que no podía por medio de las palabras, y esa búsqueda se da en la invención del  universo de inverosimilitud siendo las flores la canalización simbólica.
En Amor, Ana la protagonista, baja tarde del tranvía luego de ver al ciego masticando chicle “despedazaba todo” (pag. 22). Se sienta en un banco del Jardín Botánico,  entra en un estado de observación (árboles, abejas, aves, gato) y se produce la epifanía: “en el Jardín se estaba haciendo un trabajo secreto del cual ella comenzaba a darse cuenta” (pag. 23). Es un momento de introspección y revelación. El ciego es el disparador del conflicto interno y el Jardín Botánico es la manifestación del cambio. “Las pequeñas flores  esparcidas en el césped no le parecían amarillas o rosadas, sino color oro bajo y escarlata” (pag. 24). Y ese viaje culmina cuando llega a su casa y se enfrenta a su hijo, a su vida rutinaria que entró en conflicto. Lispector en Amor, por medio del Jardín Botánico y de las flores narra una transformación del personaje a través del agotamiento de estos objetos.
En Imitación de la rosa, Laura la protagonista, comienza a cuestionarse rasgos de su vida porque esa noche verá a Carlota, quien funciona como su alter ego. Laura compró unas rosas ese día a la mañana “en parte porque el hombre había insistido mucho, en parte por osadía” (pag. 42). Este fragmento es la entrada de las flores al cuento. Luego empieza un monólogo interno de Laura que se dice y desdice de regalarle las rosas a Carlota, le pide a la criada que lleve las rosas, y se contradice: “son hermosas y son mías, ¡es la primera cosa hermosa y mía” (pag. 48). Luego sale la criada con las rosas y ella se sienta con calma en el sillón “Y las rosas le hacían falta. Habían dejado un lugar luminoso dentro de ella” (pag. 49). Es decir, la existencia de las rosas le producen luz pero la falta de las rosas es lo que posibilita que ella pueda notarlo. Epifanía y develo. Y finalmente termina exteriorizando el cambio con Armando. Porque ella vuelve a sentirse bella, única, “luminosa e inalcanzable” (pag. 53) y le dice a Armando que volvió. Por lo tanto en este cuento, las flores funcionan como disparadoras del monólogo interno, de la transformación del personaje y como espejo de la protagonista, con la que ella trasmite sus emociones en todo el texto (no solo en fragmentos como ocurre con los otros).

2.                  Fluir de la conciencia: representación pluripersonal:
“La intención de aproximarse a la realidad objetiva mediante muchas impresiones subjetivas de diversas personas (…) es esencial para este procedimiento” (Auerbach, pag. 505).

En El llanto, en el fragmento de las flores participan varios personajes que dan impresiones del narrador: “Qué lindo gesto” (pag. 35) dice la enfermera al ver las flores que el protagonista lleva a la clínica, él necesita ese reconocimiento, y así descubre ese “momento feliz (…) la isla” (pag. 35).  Vemos que él es sensible, solidario, porque frente a la internación de Laura, “todos querían algo de ella” (pag. 35) y espera que las flores la alegren. La voz de Laura no aparece, él piensa por ella. Después intervienen los japoneses vendedores de flores, que lo hacen sentir despreciado, así lo interpreta “ninguno tenía interés en vender unas pocas flores a un desconocido” (pag. 37). Y finalmente, “el hongo atómico” (pag. 39) con Claudia y su abandono, el sopesar de él.
En Amor, Ana se encuentra con su hijo al final de la escena del Jardín Botánico. “El niño, apenas sintió que el abrazo se aflojaba, escapó corriendo” (pag. 25). Ana se siente culpable, sancionada por el niño, “la peor mirada que había recibido” (pag. 25). Después de la revelación, Ana ve todo lo que había construido queda en duda, se aferra al su hijo con sus brazos y lo suelta como si soltara algo más, su razón de ser hasta ese momento y eso le da culpa, a través de la mirada de su hijo.
En Imitación de la rosa, la mirada de Carlota es determinante. Provoca a Laura porque representa la desmesura, el impulso. Le hace repensar quién es y su relación con Armando: “Carlota ciertamente pensaba que ella era sólo ordenada y común y un poco tonta” (pag. 40), porque él quiere a la mujer ordenada y común, según la mirada de Laura, condicionada por la mirada de Carlota.
           
3.                  Tiempo interno versus tiempo externo:
“Los episodios exteriores han perdido por completo su hegemonía, al servicio del desencadenamiento y e interpretación de los internos” (Auerbach, pag. 507).

El monólogo interno predomina en las tres obras. Los personajes actúan con otros y estos episodios son funcionales a sus monólogos internos. Escasos diálogos, inclusive. En El llanto hay un solo diálogo de discurso directo casi al final de la novela (pag. 74) en donde el protagonista habla con el hijo, muy pocas palabras, también funcional a otro lapsus de introspección. Y en el fragmento de las flores hay una intervención de la enfermera o cuando el narrador consulta por viveros y lo mandan a Escobar (pag. 37), hay una breve reseña de los viveros japoneses y otra vez vuelve a introducirse en su mundo interno.
            En Amor, no hay un solo diálogo con el otro exterior. Sí abundan los diálogos entre el narrador omnisciente y Ana: “La muerte no era lo que pensábamos” (pag. 23). Habla en primera persona del plural, la única vez en todo el cuento, anteriormente el narrador dijo “En el Jardín se estaba haciendo un trabajo secreto del cual ella comenzaba a darse cuenta” (pag. 23). El narrador pegado al personaje.
            En la Imitación de la rosa también está el narrador en tercera persona, pegado al personaje. Hay un diálogo pensado por Laura que ejemplifica el monólogo interno, en el cual Laura imagina a Carlota diciendo: “Esas cosas no son necesarias entre nosotras, Laura (…) y Laura contestaría (…) es que las rosas son tan lindas que tuve el impulso de dártelas” (pag. 43). Hay muchos diálogos internos en este cuento, preguntas y respuestas que se hace Ana. Este recurso y,  el narrador pegado al personaje, son muy efectivos para la creación del monólogo interno.

4.                  Paisaje reconocible a la fábula inverosímil:
“El paisaje reconocible se diluye en la fábula inverosímil (…). También la causalidad realista se interrumpe cautamente en ese límite y el relato se enloquece en el vértigo del delirio (…), devora los fragmentos de la realidad (…) que solo cobra sentido a la luz de la empresa total” (Speranza, pag. 4)

Me extiendo en unos fragmentos fuera de las flores en pos de ver la “empresa total” a la que hace referencia Speranza. Podríamos decir que El llanto es un texto fragmentario y una fábula inverosímil. Una sucesión de hechos creados en una misma superficie, donde no podemos determinar una sola realidad, nos da igual el (des)orden cronológico. Al no haber causalidad, devenir de acciones sin dar cuenta motivo, nos impide ordenarlo. El narrador ya nos avisa al comienzo de la novela “Es tanto lo que he inventado, tanto lo que  me ha desmentido la realidad” (pag, 7). El comienzo podría anclarse al final desde: “sucedió lo que yo más temía” (pag. 7 y 73), nos da a pensar que al menos un plano de su realidad es una familia, Tomás, Noemí (sus hijos) y Liliana (su esposa) ¿Pero, qué podemos inferir de estas pocas páginas de principio y final de la novela? No hay causa de lo que le ocurre al personaje. No podemos determinar si esta realidad prevalece.
Ahora bien, en los cuentos de Lispector hay un orden. Hay cronología. Pero también hay falta de causalidad, al menos no se devela un conflicto explícito. A diferencia de Aira, Lispector nos muestra disparadores que producen epifanías en los personajes y desde ahí una nueva realidad. El Jardín Botánico y las rosas funcionan como contextos de transformación de los personajes y otra manera de ver la vida se devela en Ana y Laura.   

Conclusión:

La selección de este objeto, las flores, respondió a una curiosidad. Que se repita en tres textos no podía ser solo por simple coincidencia. Y no lo fue.
Por su belleza, heterogeneidad, extrañeza, cotidianeidad, singularidad, es un objeto que posibilitó a los autores profundizar en el monólogo interno. Al analizarlo con la fundamentación teórica del realismo, podemos explicar por qué escapa al sentido racional: lo que está más allá de lo que se puede ver y que excede al sujeto. Ese es el estilo de  realismo en Aira y Lispector.




Bibliografía:

Aira, César. El llanto. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1994.
Lispector, Clarice, Lazos de Familia: Amor; Imitación de la rosa. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.
Auerbach, Erich: La media Parda, in Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2014.

Speranza, Graciela. Por un realismo idiota in Otra parte n°8, Buenos Aires, 2006.

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