Cultura ágrafa y escrita. Separación autor del narrador en: "El llanto de César Aira". (LIetaratura/Matías Rosas)

Cultura ágrafa y escrita. Separación autor del narrador en: "El llanto de César Aira".          

Para analizar las diferencias y herencia de la cultura ágrafa y escrita me centraré en dos conceptos de Jack Goody e Ian Watt en “Cultura escrita en sociedades tradicionales”:
            “En las sociedades orales, la tradición cultural se transmite casi enteramente a través de la comunicación personal y los cambios en su contenido van acompañados del proceso homeostático de olvidar o transformar aquellas partes de la tradición que dejan de ser necesarias o pertinentes. Las sociedades con cultura escrita, en cambio, no pueden descartar, absorber ni transmutar el pasado y sus creencias, y como el pasado queda así separado del presente, se hace posible la investigación histórica. Esto a su vez fomenta el escepticismo, no sólo respecto del pasado legendario, sino también de las ideas aceptadas sobre el universo en su totalidad” (pag. 76).
            “Debemos tomar en cuenta que en nuestra civilización, la escritura es claramente una adición, y no una alternativa, a la transmisión oral” (pag. 77)
            La tradición cultural de las sociedades ágrafas (orales) está dada por sus símbolos verbales por los que se transmiten pautas de comportamiento e ideas (como la de espacio/tiempo). Es el lenguaje la expresión más directa y por el que se pasa la cultura de generación en generación. Hay una selección de las memorias, es decir, las generaciones van seleccionando de forma autorregulada y en equilibrio (homeostática) con un sentido de relevancia. No todo puede ser memorizado, queda en la herencia lo más importante y hay un sentido pragmático que pesa sobre esto. Ese pragmatismo puede ejemplificarse con los habitantes de la isla Lesu que tienen unas doce palabras para nombrar a los cerdos. O bien, Ulises en la Odisea da el status de divinal porquero a Eumeo, quien era el encargado de los cerdos, por la relevancia que tenían los cerdos en la Grecia arcaica y clásica. Lo que queda en la memoria del pueblo es lo que tiene importancia social. El individuo no tiene demasiada percepción del pasado si no es en función del presente. En la Grecia pre letrada la tradición cultural era transmitida por operaciones inconscientes de la memoria (aedos en sus recitaciones). Había una distinción “natural” de los mitos y la historia. En esta transmisión oral, el público hacía devoluciones por medio de gestos u otras manifestaciones y el aedo podía corregir su relato. Finalmente, no producía incongruencias, más fácil ajustar u olvidar. 
            La escritura, por medio de sus registros permanentes, dio lugar a la conciencia del pasado. La relación entre la palabra y el referente es más general que la oral, más abstracta, menos vinculada con a una persona en tiempo y espacio específicos. Además de diferenciar el pasado del presente, la escritura trajo incongruencias según la perspectiva del historiador. Esta documentación, coexistencia  y comparación de registros trajo conflictos culturales. La individuación es el pensamiento privado, el individuo objetiviza su propia experiencia y le posibilita, a diferencia de la transmisión homeostática (oral), tener más libertad de acción y seleccionar, adaptar o eliminar elementos culturales, a pesar de las presiones sociales. Puede separarse de la cultura dominante con mayor facilidad que el integrante de la cultura oral.
            Haciendo analogías con la cultura presente de nuestro país, y tomando en cuenta el segundo párrafo que cité de Goody y Watt, los medios de comunicación tienen transmisión oral, escrita y mixta. Un programa televisivo como un noticiero produce pautas de comportamiento tal como lo hacían el paso de la cultura en las sociedades ágrafas. En líneas de pensamiento o de percepción de la (su) realidad (ideología política, formas de vestir, de pararse, de hablar, valores culturales). Ni los programas de televisión ni los de radio tienen devolución del espectador/oyente tal como lo tenían los aedos. Pero sí quedan registros que permiten la comparación en el tiempo y la selección. Se pueden comparar relatos y tener perspectivas temporales. Este es un atributo de la escritura. Por lo que sería un mix de una transmisión oral con registros.

Separación autor del narrador:
Obra seleccionada: “El Llanto” de César Aira.
           
            Crítica 1:
            Pablo Decock: El transrealismo en la narrativa de César Aira: Un episodio en la vida del pintor viajero (pags. Seleccionadas 158 a 160) de “El enigma de lo real, las fronteras del realismo en la narrativa del siglo XX” (2007):

            Crítica 2:
            La muralla individual y El llanto de César Aira. Entrada de Francisco Villareal en el blog de Culturero (2010)

            Seleccioné estas críticas porque quiero centrarme en dos puntos que tiene cada una. Ambos puntos marcan más radicalmente el punto de vista que tiene cada crítico sobre el realismo.
            Cito de la Crítica 1:
“…las categorías de la realidad y de la ficción se diluyen deliberadamente, como al principio de El llanto”; “…la desproporción (…) opera  sobre un extremo del realismo”, (pag. 158).
“Los grandes artistas del siglo XX no son los que hicieron obra, sino los que inventaron procedimientos para que las obras se hicieran solas o no se hicieran” (cita sobre cita del mismo Aira), (pag. 159).
            Y de la crítica 2:
“…el narrador es un escritor (…) centrar la ficción en el escritor como personaje y como narrador (involucrado y omnisciente)”.
“Aira usa el llanto como una barrera que va encerrando página a página al personaje central, llevándolo a la soledad más profunda y un vacío indescriptible”.
“La obra es altamente valorable por su carácter sincero, con situaciones insospechadas narradas a la perfección y la sensibilidad expuesta”.

            El primer punto que veo distinto en ambas críticas es en la relación autor-narrador. Tomando en cuenta la separación del autor del narrador como lo explicara su abogado defensor Jules Senard: “Gustave Flaubert es un hombre serio, inclinado por naturaleza hacia las cosas graves y tristes. No es el hombre que el ministerio público ha pintado antes ustedes, mediante quince o veinte líneas extraídas de aquí y de allá” (“Perder el Juicio” en Literatura de Izquierda de Tabarovsky, pag. 92), la crítica 1 hace una separación de autor-narrador cuando habla de procedimiento. El procedimiento implica método y distinción. Una técnica usada con una utilidad. Y eso separa al narrador del autor. Y cualquier método está más allá de un autor en particular. Ahora bien, la crítica 2 dice que el narrador es un escritor y aclara “involucrado y omnisciente”. Más allá de que no haga explícito que el autor y narrador sean el mismo, no habla en ningún momento de un procedimiento estético y cuando sí lo hace, lo hace en referencia al llanto, para explicar el tono de la novela y vuelve a emparejar: narrador-escritor-personaje central.
            El segundo punto es el tratamiento del realismo. La crítica 1 habla de que la realidad y la ficción se diluyen; desproporción y extremo del realismo. El todo inverosímil de la obra es lo que acerca la obra al realismo. Es decir, hay una reformulación del realismo por medio de la deformación, el llanto funciona como deformante. Pero en la crítica 2 ocurre algo asombroso. Habla de una obra de carácter sincero ¿Cómo se llega a la sinceridad en una obra repleta de corrimientos? ¿Da por sentado que es realismo por la narración perfecta y la sensibilidad expuesta? Tal vez debería haber leído a Darnton (“Los lectores le responden a Rousseau, pag. 231): “El lector ideal debería poder librarse de las convenciones literarias y los prejuicios de la sociedad. Sólo entonces podría entrar a la historia de la manera prescrita por Rousseau”. La sinceridad y la sensibilidad son las convenciones; la desproporción y el extremo son las transgresiones.

Para hacer la analogía de la historia con el presente tomaré fragmentos de los “Cuerpos efímeros” de Verón.
                        El códice, durante un milenio, operó en la dimensión de temporalidad, registros. También escrituras manuscritas bajo la forma de anuncios, conmemoraciones, proclamas institucionales, etc. El libro que era hecho a mano llevaba mucho tiempo en su confección y la creación de  la imprenta en s. XV posibilita que pueda producirse más cantidad con  mayores alcances y usos. Hubo  “discursividades en tiempo real y estallido de los cuerpos efímeros” (pag. 290): el libelo, el panfleto, el tract, la brochure, surgidos por el pedido de instantaneidad o urgencia.  La imprenta era muy costosa de mantener y debería ser un negocio para que pudiera subsistir. Trae dos consecuencias: las publicidades y se crean publicaciones con periodicidad preestablecida como los almanaques y  los newspapers. Los periódicos entonces comunican en un tiempo determinado y dan importancia a los contenidos que reemplazan a la palabra efímera.
                        ¿Por qué nuestra época es más revolucionaria que la de la creación de la imprenta?
                        “… de las dos grandes energías que impulsaron la historia de los papeles de noticias –la de la lógica política y la de la lógica comercial- solo les queda a los diarios la segunda. Pero por desgracia, el mercado les ha ido mostrando que la televisión se ha apropiado definitivamente de la inmediatez emocionante de los hechos y que la reflexión y el análisis no son una oferta que asegure un negocio sustentable” (pag. 304).
                       
                        Luego de repasar la historia de la escritura, el códice fue la primera revolución y no la imprenta, ya que fue el primero que permitió registros escritos aunque la imprenta haya logrado ampliar la difusión de textos. Pero hoy en día todas las necesidades de urgencia que cubría la imprenta son cubiertas por otros medios que no son los diarios: la televisión, radio, internet. Estos medios le han quitado una importancia vital a la comunicación escrita y, como dice Verón, el contenido (reflexión y análisis) no les asegura la subsistencia.   
                        Nuestro presente es más revolucionario porque ha traído la comunicación oral y de imágenes a coexistir con la escrita aprovechando los mejores atributos de cada una. Como si fuera un renacimiento de la cultura ágrafa en convivencia de la escrita.


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